Oye, en nuestro país no es solo los feminicidios consumados que cuentan para ver la violencia de género extrema que está pasando, también están los que se quedaron en intento. En marzo, la cosa se puso fea, nueve mujeres sufrieron violencia de género de una manera cada vez más brutal. Con tanto feminicidio junto, no se puede ver de otra forma que no sea como una señal de que la vida de las mujeres no vale nada en nuestra sociedad.
No hubo un medio importante, sea impreso, digital o en la tele, que no hablara de esto y contara sus propias víctimas, tratando de sacarlas del anonimato en el que las deja la noticia policial. Desde enero hasta finales de marzo, sumaron catorce.
Pero, como siempre, faltó el contexto. Las noticias, incluso las más críticas, usaron el mismo lenguaje que quita al feminicidio su verdadera naturaleza sistémica e ideológica. Repitieron el mismo "cuento" de arranques pasionales y celos. Pasaron por alto el problema con la frase de "se desconocen los motivos" del feminicida. Al final, reprodujeron la narrativa que hace ver el feminicidio como un problema individual.
Muchas veces, la falsa preocupación de los medios se nota y se convierten en voceros de los feminicidas. En el marzo negro, un medio difundió un video de un feminicida antes de entregarse a la policía. Durante cinco minutos, el tipo justifica su crimen diciendo que su víctima se "burlaba de él". Desde un machismo sucio, se permitió dar consejos: «Por eso es que las burlas no son buenas, un consejo a todas las mujeres del país y el mundo entero, cuando usted termina una relación no se meta en otra de una vez, que eso enculilla al hombre y puede traer varias consecuencias».
El medio no analizó el vídeo, solo lo puso y transcribió parte, llamando "reflexión" a lo que dijo el feminicida. Al darle voz a ese hombre que mató a María Esther Moya, el medio ayudó a legitimar la idea de que los hombres son dueños de las vidas de las mujeres.
En otros casos, "periodistas" que cubrían el arresto de los feminicidas, como manada, hacían preguntas para reafirmar su propia visión: si la víctima fue infiel, si los celos fueron el detonante, si la relación era buena antes de decidir matar y, repetidamente, el porqué, como si no fuera obvio.
Las historias son desgarradoras. Mujeres de todas las edades, con hijos, con sueños, con vidas que fueron apagadas por manos de quienes decían amarlas. Desde una ama de casa en Santiago hasta una estudiante de periodismo en Hato Mayor, todas víctimas de una violencia que no encuentra fin. Cada caso es una tragedia personal, pero también un reflejo de una sociedad indiferente.
El primer trimestre del año dejó un saldo de horror, no solo por las vidas que se perdieron, sino por la falta de interés de una sociedad que sigue viendo los feminicidios como un problema ajeno. Doce mujeres quedaron al borde de la muerte tras ser atacadas por sus parejas o exparejas, y de muchas de ellas no se sabe si sobrevivieron.
Las historias de estas mujeres, como Erika Frías Nivar, Rosa María Peguero, Jessica María Castillo de la Cruz, y muchas más, son una llamada de atención. Ellas, como tantas otras, intentaron salir de un ciclo de violencia, pero encontraron una sociedad que no supo protegerlas.
En cada rincón del país, desde Villa Altagracia hasta San Francisco de Macorís, los feminicidios y los intentos de feminicidio continúan siendo una mancha oscura en nuestra sociedad. Las mujeres siguen viviendo con miedo, y la justicia sigue sin llegar a tiempo.
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