Flores, velones por montones y fotos de las víctimas están en lo que queda de esa discoteca famosa, ahora convertida en un tipo de memorial. Jeniré tiene un largo camino por delante para poder caminar de nuevo, y Carmen está tomando pastillas para poder dormir y escapar del trauma. Los que sobrevivieron al colapso de la discoteca Jet Set en República Dominicana hace un mes, que dejó 233 muertos, están lidiando con las secuelas.
Las víctimas y sus familias han metido 38 demandas contra los dueños del club en Santo Domingo. El techo se vino abajo la madrugada del 8 de abril mientras estaba el merenguero Rubby Pérez, que murió en la tragedia. También fallecieron los ex peloteros Octavio Dotel y Tony Blanco.
Flores, velones por montones y fotos de las víctimas están en lo que queda de esa discoteca famosa, ahora convertida en un tipo de memorial. "Sus voces callaron, pero sus memorias gritan", "Exigimos condenas, no excusas", dicen unos carteles.
Las autoridades están tratando de ver quién tiene la culpa, pero no han dicho nada concreto todavía. El dueño del lugar, el empresario Antonio Espaillat, dijo que está dispuesto a colaborar con la justicia.
"Cuando me acuesto, cuando me despierto, cuando me baño, cuando camino, todo el tiempo tengo dolor", cuenta Jeniré Mena, de 40 años, una diseñadora de vestuario venezolana que estuvo atrapada cinco horas en los escombros del Jet Set. "Tengo la médula espinal inflamada, una fractura en el omóplato, lesión en una rodilla, en una mano, múltiples laceraciones, puntos en la cabeza... y puedo seguir", dice. "No sentía las piernas (...), empecé a mover las piernas al tercer día", añade sobre su tiempo en el hospital. Ella había ido a la discoteca a celebrar su cumpleaños.
Madre soltera y ya fuera del hospital, Jeniré sabe que le espera una rehabilitación larga, con tres sesiones de fisioterapia a la semana, aunque espera volver a su trabajo en el cine, teatro y televisión. "Si yo no trabajo (...), ¿qué pasa?", se cuestiona. "Gracias a Dios, mis amigos y mis familiares me han ayudado, pero sabemos que esto no es algo que va a perdurar en el tiempo. Yo tengo que empezar a trabajar", dice en su casa, donde se mueve con un andador. "No puedo caminar mucho, me canso, siento mucho dolor, pero voy haciéndolo cada día mejor", se consuela.
Tiene pesadillas, como que el techo de su casa le cae encima a su hijo. Ella asegura que planea sumarse a las demandas. "Sin lugar a dudas (...). No puedo hacer nada y mi trabajo depende de mis piernas y de mis manos", alega, pero también se agarra a la esperanza: "Yo le tengo que demostrar a mi hijo que se puede todos los días".
En el caso de la obstetra Carmen Guante, de 62 años, las secuelas no son físicas, sino mentales. "No puedo dormir, porque oigo voces cuando trato de dormir", cuenta. "Se murieron amigas cercanas" en la tragedia, agrega. Carmen dice que vio un pedazo del techo caer y que, aunque no pensó que toda la estructura se iba a venir abajo, decidió irse. Eso, piensa, le salvó la vida.
"Cuando yo tomé la decisión (de salir) y cogí mi cartera (...), me empujó el estruendo. Fue tan rápido que me empujó para atrás", relata. "Una amiga mía que vino de Nueva York y los demás se habían muerto. (...) Yo solamente tengo golpes (en la cabeza)", pero los médicos no encontraron secuelas con una resonancia.
Su reto es recuperar su salud mental. "Estoy en tratamiento (...). Me dieron un medicamento para relajarme" y "voy cada 15 días" a recibir atención psicológica, sigue contando. "Yo me acostaba temprano, ahora trato de quedarme lo más tarde posible (para forzar el sueño) y cuando me tomo mi medicamento, oigo como que alguien me llama; no sé si será de la misma ansiedad que tengo al no poder dormir", lamenta. Su familia es su apoyo. "Me dicen que renací".
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