Oye, mira como está la cosa en el barrio con el tema del embarazo de las menores en la República Dominicana. Llevamos pila de años batallando con esto, metiendo mano con campañas y leyes, pero como que la cosa sigue igualita.
El caso de Wander Franco, el pelotero, fue un lío grande. Le metieron dos años de prisión suspendida, y eso no solo jodió su carrera, sino que nos puso a todos a mirar un problema más serio: aquí parece normal que las menores se embaracen, y la gente se hace la vista gorda con el abuso sexual, porque la pobreza y el silencio mandan.
En el juicio salió a relucir que la mamá de la menor le pedía dinero a Franco para dejar que estuvieran juntos. Eso es un reflejo del peor lado de la explotación infantil: la familia como intermediaria, las niñas como mercancía y el éxito deportivo como excusa para hacer lo que quieran sin pagar las consecuencias.
Pero, men, el lío de Franco no es el único. Esto es lo que se vive aquí desde hace rato. Dominicana tiene una de las tasas más altas de embarazo adolescente en América Latina. Según el Unfpa, el 20 % de los nacimientos son de madres menores de 20, y en algunos campos eso llega al 30 %. La tasa de fecundidad adolescente es de 94 por cada 1,000 mujeres entre 15 y 19 años, solo Nicaragua y Venezuela nos pasan.
Cuando una chamaquita sale embarazada, su vida da un giro de 180 grados. Según el Ideice, más de la mitad de las adolescentes que salen barrigón dejan la escuela, y casi ninguna vuelve. Y el papá del niño casi siempre es un tipo mucho mayor, y rara vez le pasa algo.
Los organismos internacionales dicen que esto pasa por varios factores: en muchos barrios y campos, ver a una menor con un adulto es como normal o incluso deseable. Y si aparece un "hombre que ayuda" con dinero, comida, ropa o transporte, la cosa se ve como algo común. En ese ambiente, el consentimiento de la menor no vale nada porque está condicionado por la necesidad y la presión de los adultos.
La condena a la mamá de la menor, Martha Vanessa Chevalier, fue un lío también. La encontraron culpable de extorsión, complicidad y explotación de su propia hija. Le quitaron bienes y dinero.
Sobre el embarazo adolescente, aunque las cifras han bajado, siguen siendo altas. En 2023, 23,070 jóvenes quedaron embarazadas, y en 2024 fueron 17,846. Aunque es una mejoría, sigue siendo un número preocupante. En 2019 había 32,061 casos, y durante la pandemia en 2020, fueron 27,597. En 2021 se mantuvieron más o menos igual. En los últimos dos años, mejoró un poco: en 2022, hubo 25,489 embarazos adolescentes.
La tasa de embarazos varía según la clase social. En los lugares más ricos, donde hay mejor educación, los casos son menores. En los barrios más pobres, 145 de cada 1,000 adolescentes quedan embarazadas, mientras que en la clase alta, 28 de cada 1,000.
El caso de Franco llegó a los tribunales porque él es famoso y tiene recursos. Pero, ¿cuántas menores quedan embarazadas cada año sin que nadie le ponga el ojo al adulto que las embarazó? La ley es clara: si un adulto tiene relaciones con una menor, es abuso o violación si hay desigualdad de edad o poder. Pero casi nunca estos casos se llevan a la justicia.
La sociedad ha tolerado este patrón. Se habla de "uniones consensuadas", de "amores tempranos", de "errores juveniles", cuando en verdad muchas veces son violaciones sistemáticas cubiertas por la desigualdad social y el silencio institucional.
La condena a Wander Franco no debería ser vista solo como el escándalo de un famoso que cayó. Es un símbolo de algo más profundo y doloroso: un país que falla en proteger a sus niñas, que normaliza el abuso si hay dinero de por medio, y que calla cuando el poder impone sus reglas.
Mientras el Estado no meta mano de verdad —con leyes, educación y justicia—, el embarazo adolescente seguirá siendo una tragedia común, la manifestación de la violencia sexual impune. Y por cada niña madre, por cada infancia interrumpida, el país se está jugando su futuro.
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