La doña Mary Pérez viuda Marranzini, un pilar del barrio, se nos fue a los 98 años. Ella fue la dura detrás de la Asociación Dominicana de Rehabilitación (ADR), una vaina que ella levantó desde cero en el 1963, cuando la gente ni hablaba de discapacidad y no había casi servicios de terapia.
Todo empezó en el 1954, cuando a su hijo Celso le dio poliomielitis. Desde ahí, la doña encontró una razón pa' luchar. Ella no descansó hasta que la rehabilitación fuera un derecho de todo el mundo, no solo pa' los que tenían cuarto. Su vida fue un junte de amor de madre y una fuerza que no se rajaba.
"Ella personificaba la solidaridad", eso lo dice su hijo, Celso Marranzini, que ahora está al frente de la ADR. La doña no solo creó una institución, sino que armó toda una red en el país con 35 centros, donde atienden a unas 7,500 personas todos los días, sin importar si tienen o no tienen.
Mira, solo en el 2024, la ADR dio 1.7 millones de servicios. Cada número cuenta una historia: una chamaquita que volvió a escribir con una prótesis, un joven que aprendió a caminar, un papá que pudo abrazar con fuerza otra vez. Esas historias las hizo posible doña Mary, y ella siempre lo vio como su deber.
La doña decía que "la verdadera rehabilitación no era solo física. Era también emocional, social y económica. Por eso insistía tanto en la autosuficiencia", y en el 1959, en el Club Rotario, soltó esa frase: "A la persona con discapacidad debe hacérsele lograr el máximo de independencia posible". Eso no fue solo palabras, se convirtió en la forma de trabajar de la ADR.
Ella era de las que construía a lo callao', buscando recursos, tocando puertas, convenciendo a la gente con una mezcla de dulzura y firmeza. Y así levantó una institución que hoy salva vidas y devuelve la dignidad a quienes más lo necesitan.
En el 2009, Diario Libre la nombró Mujer del Año. Ese día, en el Vesuvio, recibió su premio junto a don Freddy Beras Goico, dos grandes que compartían un mismo fin: hacer el bien.
Pero quizás su mayor recompensa fue ver a tanta gente caminar, aprender, trabajar. No necesitaba premios ni ceremonias, aunque debió recibir cientos. Ella sabía que su legado estaba en cambiar vidas todos los días.
Sus últimos años los vivió con la misma calma con que manejó todo lo que hizo. Sus hijos, nietos y bisnietos agradecieron el cariño de la gente. La familia dijo que el velorio será privado y que después anunciarán una misa en su memoria.
La República Dominicana perdió a una mujer que no tiene precio. Pero su legado, humilde y transformador, seguirá vivo cada vez que alguien dé un paso que antes no podía dar.
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