En medio del lío y el cambio: la Cuba que ya no cree en la "Revolución"

Un artículo del periodista chileno Patricio Fernández pinta un cuadro de la isla que se cae a pedazos, donde la burguesía de las mipymes está en auge, la desigualdad crece y el mito revolucionario se desvanece.

La Habana ya no es lo que era. Y no porque haya mejorado o crecido, sino porque se ha quedado sin sentido. La Revolución, ese mito del siglo XX que impactó a generaciones dentro y fuera de la isla, hoy parece solo un eslogan viejo, escrito en paredes rotas y pancartas desgastadas. "Ya nadie cree en la Revolución", dice un reportaje del diario El País titulado "Regreso a una Cuba que no conozco", firmado por el periodista y escritor chileno Patricio Fernández.

En el reportaje, se describe a la isla como un país en caída libre, donde la economía se desmorona junto con la resignación, el miedo y la aparición de una nueva burguesía nacida de las mipymes privadas.

Después de un breve período de apertura durante la era de Obama y Raúl Castro, seguido de un entusiasmo cultural y comercial que llenó La Habana de conciertos, desfiles de moda y rodajes de Hollywood, el retroceso ha sido brutal. La llegada de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. revirtió muchas de las aperturas, endureció el bloqueo y canceló el programa de reunificación familiar, las remesas formales y hasta el funcionamiento de Airbnb en Cuba. A esto se sumó la pandemia, la escasez crónica de alimentos, los apagones diarios y una gestión estatal que, según El País, ya no inspira "afecto ni respeto".

En este contexto, Diario Libre publicó recientemente un reportaje que recoge el testimonio de cubanos enfrentados al desabastecimiento y a una economía dolarizada que los margina. "No hay cómo vivir aquí", decía una mujer mientras trataba de conseguir productos básicos en un mercado donde los precios duplican o triplican los ingresos promedio.

La desesperanza empuja a miles a buscar una salida por cualquier medio, ya sea hacia La Habana desde provincias como Oriente o rumbo al exilio. La isla ha perdido cerca del 18 % de su población entre 2022 y 2023, según cifras citadas por el demógrafo Juan Carlos Albizu-Campos.

Pero la imagen que ofrecen ambos reportajes no es solo de ruina. También es la de un país roto en dos velocidades: mientras la mayoría busca cómo sobrevivir con trueques y restos, florece un sector privado que se apodera del vacío estatal. Son los nuevos dueños de restaurantes, cafeterías, tiendas, peluquerías y servicios de transporte.

Ellos forman una burguesía emergente, una clase que antes no existía con esta visibilidad ni libertad parcial. En palabras del periodista de El País, esta élite de las mipymes "habita un mundo aparte", con acceso a alimentos, tecnología y privilegios vedados para el resto.

Estos empresarios se han convertido en actores clave para la subsistencia económica del país. Aunque limitados por un entorno legal volátil y la amenaza de estatización, su influencia crece. En los hoteles de lujo, los restaurantes con precios internacionales y las casas mejor equipadas, se les ve compartiendo espacios con diplomáticos y turistas. Este fenómeno representa un giro estructural: la Revolución que abolió la propiedad privada hoy sobrevive —paradójicamente— gracias a ella.

Sin embargo, esta transformación no implica necesariamente un cambio político. El control sigue fuerte en los medios, en la calle, en el pensamiento. "No tomes notas en público", le advierte un amigo al periodista de El País, en una escena que resume la persistente vigilancia y autocensura que impregna la vida cotidiana. La Ley de Comunicación Social de 2023 prohibió la propiedad privada de medios, y las noticias más creíbles se transmiten boca a boca o a través de redes internas. "Las noticias son rumores", se lee. Pero los rumores también matan: una frase mal dicha puede costar la libertad.

Recientemente, también, el Gobierno cubano aumentó a precios exorbitantes las tarifas de internet, lo que se convierte en otro esquema de control sobre lo que la población lee y puede compartir.

La agencia EFE reportó el pasado sábado 12 que cuatro personas murieron, incluida una niña de siete años, en dos colapsos ocurridos con apenas horas de diferencia en los municipios Diez de Octubre y La Habana Vieja.

Las cifras oficiales reconocen que al menos el 35 % de las viviendas están en mal estado. Los derrumbes son frecuentes. Calles cubiertas de basura, parques convertidos en vertederos y mercados donde los productos escasean son la norma. A esto se suma el colapso energético: los apagones son diarios, de horas, previsibles e inevitables. También EFE reporta cada día la previsión de apagones, que oscila entre 37% y más de 45%.

La semana pasada también EFE informó –citando a la prensa oficial- que Cuba recibió un donativo de 125 toneladas de leche en polvo procedente de Barbados que se destinará a niños menores de seis años de la región oriental del país.

La nación le compra huevos a la República Dominicana y arroz a Brasil.

El turismo, una fuente de divisas fundamental, también se ha derrumbado. Entre enero y mayo de 2025 ha recibido 862,343 turistas internacionales, un 27 % menos que en el mismo período del año anterior, de acuerdo a datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (Onei). La previsión de llegadas durante el año es de 2.6 millones, pero incluso las autoridades reconocen que con el acumulado a la fecha, será difícil llegar a la meta.

En medio de esa debacle, queda poco del ideal del "hombre nuevo" forjado por el castrismo. "Allí donde alguna vez se concibió el hombre nuevo, cunde la desesperanza", concluye Fernández. Muchos cubanos optan por irse. Quienes permanecen resisten o negocian con lo que tienen, mientras el Estado pide leche en polvo al Programa Mundial de Alimentos de la ONU para alimentar a los niños.

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