Crónica de 266 deportaciones: "hombres, mujeres, niños y recién nacidos cruzan la puerta fronteriza"

Diario Libre documentó to' el proceso de deportación, desde el Vacacional de Haina hasta Elías Piña. Eran las 5:30 de la mañana y el sol del 2 de mayo todavía no había salío. Los haitianos que iban a ser deportados estaban respirando ese aire fresco de un nuevo día, el día en que iban a ser devueltos pa' su país.

Ninguno de ellos quería volver pa' Haití. Muchos se fueron de allá porque las pandillas se adueñaron de la capital, Puerto Príncipe, matando gente sin importar na'. Ellos estaban huyendo de la inseguridad, el hambre y la precariedad cuando llegaron a RD. Pero hace poco los agarraron por ser indocumentados.

En esa mañana, antes de que saliera el sol, empezaron a sentir esa vaina de la incertidumbre, como si su vida estuviera en un hilo, tan frágil como una bala de las que usan las pandillas.

La Dirección General de Migración (DGM) dijo que las deportaciones de esa mañana del 2 de mayo iban a ser por Elías Piña, una de las provincias fronterizas. El viaje en guagua iba a durar como cuatro horas. Parecía que, al entrar a Haití por ahí, todo iba a estar tranquilo. Pero la cosa cambió en la última semana.

La agencia EFE sacó un reportaje el día anterior sobre el mercado binacional de Elías Piña. “Presenta un aspecto totalmente distinto, con muy poca actividad, a causa del temor a la violencia en Haití por el avance de las bandas criminales en poblados cercanos a este punto fronterizo”, narró la agencia de noticias.

Aunque ellos no lo sepan, van a volver a su país por un sitio que ya no es tan seguro, y capaz que pierdan la vida pronto. Si logran esquivar las pandillas, van a vivir en un sitio donde falta comida, seguridad y dignidad.

A las 6:20 de la mañana, cuando el sol ya estaba saliendo, los militares abrieron una de las puertas del Vacacional de Haina y los haitianos formaron fila. Uno a uno iban saliendo después de su desayuno. “Les damos pan y chocolate para desayunar”, explicó uno de los militares que los vigilaba. Añadió que iban a deportar a “266 personas”.

En una fila ordenada, los haitianos iban saliendo, apurándose el pan y con el vaso de chocolate en la mano. Algunos todavía tenían su uniforme de trabajo, el mismo con el que los agarraron. Aunque la cosa era seria, muchos se reían mientras subían al camión de Migración. “Se ríen porque para ellos esto es un juego. Saben que luego vuelven a entrar”, reconoció el militar.

En uno de esos camiones, según los guardias, caben unas “50 personas”. Pa' que el viaje sea cómodo, hacen “una o dos paradas”.

Llenan un camión, después otro, y otro, y así hasta completar cuatro. Luego es el turno de las mujeres.

Cuando los hombres han terminado de subir, los camiones se estacionan a un lado. Después, un autobús grande, con aire acondicionado y baño, se coloca delante de la puerta.

Ahí mismo se forma una fila de mujeres que, después de tomar su ración de pan y chocolate, empiezan a subir al autobús una por una. En medio de la fila se ven niños pequeños y embarazadas.

“Hay cuatro embarazadas”, dice un militar cuando el autobús de mujeres se ha llenado. A estas mujeres, la Dirección General de Migración les da un kit de ayuda con toallitas, galletas, juguetes y botellas de agua.

“Tratamos de hacer el proceso con el mayor respeto a las personas. Para nosotros tampoco es fácil hacer este trabajo”, dice el teniente coronel Patricio Hernández.

Mientras el segundo autobús de mujeres y niños se va llenando, llega una dama vestida de médico para verificar que todo esté bien. “Los atendemos acá en el cuerpo médico y, si tienen algo, los medicamos”, dice la licenciada Martínez.

Para asegurarse de que los deportados están bien, les toman los signos vitales. “Tratamos a las embarazadas y gente con fiebre, sobre todo”.

A las 7:30 de la mañana, el convoy formado por cuatro camiones y dos autobuses, con 266 haitianos a bordo entre hombres, mujeres y niños, sale por la puerta principal del Vacacional de Haina.

Un carro de control migratorio, con las luces del techo encendías, va delante abriendo camino. Otro sigue al último camión desde atrás, cerrando la comitiva. Van rápido por la carretera.

A medida que avanzan, los haitianos están cada vez más cerca de su país, ese que está en un lío por culpa de las pandillas. Muchos de ellos, los que van en los camiones, tienen que ir de pie porque no hay suficientes asientos. Ese esfuerzo, más el calor, va a hacer que lleguen cansados al punto fronterizo.

Los camiones de Migración llaman la atención cada vez que pasan por algún sitio. Los dominicanos, desde fuera, mientras caminan o comen en un puesto de la calle, miran el convoy. Algunos se ríen y otros gritan: ¡Adiós! La mayoría, en cambio, observan pensativos, quizá meditando en lo complicado que es el problema migratorio.

Después de dos horas y media de viaje, los seis vehículos llenos de haitianos se detienen en fila para hacer una pausa.

En cuanto paran, decenas de vendedores se acercan con comida y bebida, incluso suben a la parte de atrás de los camiones para vender galletas y refresco a los que están siendo deportados. Los militares no impiden el intercambio y, tras cinco minutos, ordenan seguir.

Después de cuatro horas de viaje, a las 11:30 de la mañana, los cuatro camiones y dos autobuses llegan a la puerta fronteriza de Elías Piña.

Es día de mercado binacional y hay un alboroto en la frontera. Se ven carros cargados con sacos de comida, gente con carretillas y muchos militares.

Los haitianos que comercian en el mercado miran los camiones de Migración de una manera que se siente diferente a la de los dominicanos.

La piel oscura de los haitianos resalta con la tierra blanca bajo el sol, ese que calienta el techo metálico de los camiones de Migración.

La temperatura sube y los haitianos que están a punto de ser deportados se impacientan. Antes de dejarlos salir, los dos carros que abrían y cerraban el convoy se parquean frente a la puerta hacia Haití.

Unos militares abren las puertas y de adentro salen cuatro mujeres con niños en brazos. La expresión de esas madres muestra confusión: “¿Dónde voy a ir?”, podrían estar pensando, mientras agarran a sus hijos en medio del alboroto.

Cuando las madres ya han cruzado la puerta que las deja en un país en guerra, los militares sueltan las cadenas de los camiones y los demás haitianos empiezan a bajar. Uno a uno caminan desde la República Dominicana hasta Haití.

Los 266 hombres, mujeres y niños ya han sido deportados.

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