"Cicatrices emocionales: ¿recuerdos del cuerpo o del alma?"

Oye, oye, déjame contarte esta vaina en buen dominicano. Mira, las cicatrices no son pa' decir que somos débiles, no, no, no. Son la prueba de que pasamos por una y salimos adelante, o estamos en eso. Tú sabes que todos tenemos al menos una cicatriz de cuando éramos carajitos, siempre acompañada de un cuento que te saca risas. Una rodilla pela', una ceja partía, una quemadurita de estar inventando en la cocina...

Las madres, ay mi madre, esas se acuerdan de todo con lujo de detalle: el susto, el llanto, la corredera pa'l hospital, y siempre se les queda algo en la casa por la prisa. Y después, cuando ya pasó el susto, esos cuentos se vuelven pa' morirse de la risa.

Pero mira, no solo en la piel hay cicatrices, también hay de las otras, las que no se ven. Esas son las cicatrices del alma, las emocionales. Esas que te quedan no por un golpe en el suelo, sino por la soledad, la indiferencia, por una pérdida. Son silencios que duelen más que mil gritos.

En mi consulta, yo oigo cuentos que no empiezan con "una vez me caí", sino con "una vez me dejaron", "una vez no me defendieron", "una vez sentí que no valía". Y yo digo: "Aquí a veces revisamos heridas abiertas. Pero lo que más revisamos son las cicatrices."

¿Y por qué? Porque las heridas abiertas duelen, sangran, están ahí, a la vista. Pero las cicatrices, aunque no duelen igual, a veces pican con el cambio de clima, o arden si las tocas sin cuidado. Las cicatrices no son signo de debilidad. Son la prueba de que pasamos por eso y sanamos, o estamos en eso. Pero te digo, las heridas que sanan bien dejan mejores cicatrices que las que no.

Una cicatriz es como el recuerdo del cuerpo, o del alma, que nos enseña dos cosas importantes. Y ojo, puede que tengamos heridas que no cerraron bien, y es muy importante echarle un ojo a esas cicatrices. El objetivo no es olvidar la caída, ni negar que dolió. Tampoco es vivir pegado al pasado, contando cada herida como si fueran medallas.

La vaina es reconocer que lo que nos rompió también nos enseñó a cuidarnos mejor, y a veces, a cuidar mejor a los demás. No se trata de "superar" de un solo golpe un duelo o un abandono. El duelo no se va: se transforma. Deja de ser una herida punzante pa' convertirse en una tristeza tranquila. Una que ya no te ahoga. Una que te deja recordar sin desmoronarte.

Y si todavía algo duele como el primer día, tal vez no es que no lo has superado, sino que aún no ha cicatrizado bien. Y eso también está bien. No todas las heridas sanan al mismo paso. No todas se curan solas.

Por eso, si hay algo que aún sangra, no lo escondas. No digas que ya pasó si no ha pasado. Busca ayuda. Ponle nombre. Dale su espacio. Sanar no es olvidar. Sanar es mirar la cicatriz y no tener miedo de tocarla, incluso animarte a hablar de ella.

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